Resumen Cambia tu Mente (Paramananda)


Resumen del Libro Cambia tu Mente

La meditación es un arte con el propósito de la transformación del ser humano. De entre todos los métodos que el budismo ofrece para nuestro progreso espiritual, la meditación es el más eficaz; por medio de su practica nos adentramos en la gran aventura de conocer nuestra mente y de estimular el desarrollo de nuestro potencial.

Introducción

¿Qué es la meditación? Dicho con sencillez, el arte de la meditación es el arte de estar contigo mismo.

Todos ambicionamos la felicidad, pero la mayoría de nosotros la buscamos fuera de nosotros mismos; en otras personas, en el trabajo, o en las actividades meramente ociosas.

A través de la meditación podemos adquirir un creciente sentido de la libertad y lentamente convertimos en dueños de nuestra propia persona.

Este lento proceso a través del cual desarrollamos nuestra conciencia y estimulamos lo mejor en nosotros constituye él sendero budista de la meditación, conocido también como el sendero del guerrero, debido a la necesidad de valor para estar dispuesto a confrontarse a uno mismo.

La vida del Buda constituye una historia fantástica. Muy brevemente, puedo decir que es la historia de un muchacho, nacido entre grandes lujos por ser el hijo de un rey local de la India del Norte, que se vuelve consciente del sufrimiento inherente a la existencia humana, es decir, de la transitoriedad que parece viciar hasta las circunstancias más favorables de la vida. Y aunque su padre le prepara para convertirse en soberano, se desarrolla en él un intenso deseo de comprender la fuente de todo sufrimiento humano.

Por lo tanto, abandona su tierra natal y emprende la vida de un hombre errante, yendo de un maestro espiritual a otro. Tras muchos años de trabajo, finalmente alcanza la Iluminación, y emplea el resto de su larga vida enseñando el sendero a la Iluminación, que él ha descubierto, a todos aquellos que desean escuchar.

Según la mitología budista, todos los Budas alcanzan la Iluminación en el mismo sitio, y se dice que este lugar es el punto central a partir del cual se formó la totalidad del universo. Esto no significa que tengas que ir a la India para meditar correctamente: en cierto sentido, el Trono Diamantino es creado dondequiera que alguien esté sentado en meditación profunda; no se refiere a un espacio físico, sino a una actitud inquebrantable.

El cuerpo

Hay dos maneras distintas de sentarse en el suelo, aunque también podrías sentarte en una silla. He oído historias horrorosas acerca de personas a las que, estando de retiro, les han dicho que sólo sentándose en el suelo serían capaces de meditar; de modo que durante la totalidad de su retiro se encuentran en constante lucha con malestares físicos innecesarios.

En el suelo

Puedes sentarte o bien con las piernas cruzadas o bien con una pierna a cada lado de los cojines que utilices.

El hecho que determina el que te sientes derecho o no, es el ángulo que forme la pelvis, lo cual a su vez depende de la altura de los cojines utilizados. En mi experiencia la mayoría de la gente tiende a sentarse a una altura más baja de la adecuada. Todo lo que puedo decir a este respecto es que el utilizar un solo cojín no es en ninguna manera más “espiritual” que el servirse de un mayor número. Experimenta un poco con la altura de tu asiento para poder determinar cuál es la correcta.

El tipo de cojines que utilizamos es un factor importante. No deben ser demasiado blandos —tipo almohada—. Si no eres capaz de conseguir cojines firmes, una opción es enrollar varias almohadas apretadamente para que adquieran firmeza.

Los brazos han de estar relajados, apoyados en las piernas o en el regazo, con los codos situados bastante cerca del cuerpo. La cabeza ha de estar ligeramente inclinada hacia delante, pero no hasta un punto en el que se estire de la nuca o la garganta.

En una silla

El uso de la silla para meditar es totalmente válido. Debe contar con un asiento bastante firme.

Los pies deben de estar planos sobre el suelo, lo cual asistirá a la relajación de las piernas, proporcionando además cierta estabilidad y contacto con el suelo. En términos generales, no debes apoyarte en el respaldo de la silla.

Una vez que has adoptado una postura cómoda, cierra los ojos y trata de relajar la cara. Respira hondo dos o tres veces. Conforme tomas aire, siente cómo el pecho se abre ligeramente. No hay necesidad de que lo infles demasiado —no se trata de exhibirte—; simplemente deja que se abra un poco. Y, conforme espiras, relaja los hombros, déjalos caer. Intenta concentrarte en las partes del cuerpo que están en contacto con el cojín o la silla. Siente el contacto con el suelo. Si estás sentado en una silla, asegúrate de apoyar la totalidad de los pies sobre el suelo.

Siente cómo el suelo recibe y sostiene el peso del cuerpo, siente la solidez del cuerpo. Sé consciente ahora de las plantas de los pies, permitiendo que se suavicen y relajen. Trata de imaginar que estás adquiriendo conciencia proveniente del suelo y dirigiéndola hacia arriba, hacia el cuerpo. Deja que esta conciencia penetre poco a poco, a través de los pies, por los tobillos y piernas.

Trata de relajar los músculos que corren paralelos a la columna vertebral. Piensa que, conforme suavizas estos músculos, la espina es liberada. Deja que los hombros se relajen un poco más. Comienza entonces a concentrar tu atención en la parte más alta de los brazos y, lentamente, desciende hacia las manos, volviéndola a reunir en las palmas y dedos.

Sigue el curso completo de la respiración dentro del cuerpo, tan adentro que llegues a ser consciente del movimiento del vientre conforme inhalas y exhalas. Permite que tu respiración sea tranquila y ligera; no la fuerces.

Siente, entonces una vez más el contacto con el suelo. Sé consciente de la habitación en que te encuentras y de cualquier ruido que en el exterior se esté produciendo, y, cuando lo consideres apropiado, abre los ojos, concluyendo así la práctica.

El seguimiento de la respiración

Una vez que te sientas preparado y que hayas conectado con tu estado emocional por medio del ser consciente de tu propio cuerpo, concentra tu atención en la respiración.

Deja que, de una manera simple y directa, la respiración te ponga en contacto contigo mismo, con tus sentimientos.

No te pongas tenso en tu intento por permanecer atento a la respiración; se trata de volver a tu tarea cada vez que sientas que la mente se distrae, utilizando la cuenta para ayudarte a vigilar la mente. Si te pierdes al contar, comienza de nuevo.

Permite ahora que el conteo se desvanezca conforme respiras; abandónalo. Quedas entonces a solas con la respiración; No hay otra cosa en el mundo entero que tú necesites hacer ahora; tan sólo sigue el curso de la respiración.

Lentamente adquiere conciencia del espacio a tu alrededor y de los ruidos que se escuchan. Percibe el mundo exterior; cuando lo creas conveniente, abre los ojos y mueve el cuerpo.

Amor universal

Mantén la práctica simple: por una parte sé consciente de tu amigo, por otra desarrolla tu deseo de querer que sea feliz, de amor universal; todo ello al mismo tiempo que continúas siendo consciente de ti mismo de manera general. Sigue así durante unos minutos. Permite que tu atención se aleje de tu amigo y ahora dirígela hacia la persona neutra —quien, al igual que tú y tu amigo, desea ser feliz—.

Emplea unos minutos simplemente experimentando cómo la respiración conecta la cabeza con el corazón; deja que la respiración cree cierto espacio alrededor del corazón. Experimenta tus sentimientos, deja que tu corazón se exprese en el área que la respiración está creando.

Comienza entonces a imaginar que la respiración está trayendo al corazón un deseo por tu propia felicidad. Quizás se trate de unas pocas y simples palabras —“que sea feliz”—, o quizás de tu nombre, el cual es pronunciado con afecto, o simplemente de una sensación de amabilidad. Sé sencillo; lo importante es la intención de desear que la felicidad sea dirigida a tu corazón, a tu cuerpo.

Piensa ahora en un buen amigo. Invócalo, o evócalo, según te resulte mejor: con una imagen de su cara, o recordando su voz, o recordando la última vez que le viste. Atráelo hacia tu conciencia.

Desea que todos los seres, conforme los vayas encontrando en tu meditación, sean felices. Puedes pensar en todo tipo de gente —de todo tipo de culturas—. Intenta imaginar el curso de sus vidas, e identifica los aspectos que todos tienen en común de una forma u otra. Una vez más, quizás quieras escuchar sus imaginarias voces en vez de confiar en la imaginación visual.

Piensa no sólo en gente hacia la que sientas simpatía de manera natural, sino también en gente hacia la que no la sientes tanto.

Poco a poco, vuelve a ser consciente de ti mismo. Piensa: “de la misma manera que deseo que todos los seres estén bien, que yo también esté bien, que yo también deje de sufrir y que yo también progrese”. Por último, vuelve a prestar atención a tu cuerpo, a la respiración que va y viene; vuelve a concebir la habitación a tu alrededor. Finaliza así la práctica. Durante uno o dos minutos permanece sentado, consciente de cómo te sientes ahora.

Una mente grande

Metta es la energía básica que expresa el deseo de que tanto uno mismo como los demás sean felices, de que todos los seres sean felices.

El factor más importante en nuestra práctica de meditación es nuestro deseo, o intención, de cultivar metta y atención consciente.

La meditación no es ni una actividad mental, ni una actividad emocional, ni una actividad física. Es una experiencia física y mental unida a la emoción —o, más bien, imbuida de emoción—. Las emociones son una especie de puente entre la mente y el cuerpo. Puede que su origen se encuentre en las sensaciones corporales, pero sea como sea, éstas siempre afectarán nuestros estados mentales de manera directa.

Los cinco obstáculos

Cualquier cosa que esté inhibiendo el desarrollo de la conciencia o del sentimiento de metta, puede ser considerada como uno —o más— de estos cinco obstáculos.

Los cinco obstáculos son: el odio o la mala voluntad, el deseo de experiencias sensuales, la ansiedad y el desasosiego, el letargo y la pereza y, por último, la duda y la indecisión.

Hay que trabajar con los obstáculos de manera sistemática, y no simplemente a ratos. Las meditaciones en sí constituyen el mejor antídoto contra los obstáculos. El poder de los obstáculos disminuye conforme más eficaces y sinceros son nuestros esfuerzos por desarrollar cualidades emocionales positivas.

A través de la meditación nos convertimos en lo que verdaderamente somos y no en alguien diferente. Los elementos esenciales de nuestra personalidad no desaparecen, sino que son reorganizados para funcionar mejor.

Estableciendo y manteniendo tu práctica

La meditación no es como una pastilla que nos haga sentir más relajados y felices. Es un método a través del cual, gracias a nuestro propio esfuerzo, cambiamos nuestros estados mentales.

Nuestra meditación nos pone en conflicto con las realidades de nuestra vida, de manera que tenemos que cambiar ciertas condiciones externas o internas para poder estar así en armonía con nuestra meditación.

Lo que acaba por ocurrir es que esa claridad que adquirimos durante nuestra meditación se expande hasta incluir el resto de nuestras vidas.

El budismo es la manera de alcanzar la libertad. Es el sendero que algunos hombres y mujeres de todas las culturas y de todos los tiempos han valorado, no simplemente bajo el nombre de budismo, sino bajo muchos nombres, dondequiera que un individuo haya tenido un sincero deseo de desarrollar la conciencia y el amor universal, de ser verdaderamente humano, y que haya puesto este deseo en práctica. El sendero de la libertad ha sido en este caso encontrado.

La meditación es el primer paso en este sendero. Es el hecho simple y natural de empezar a tomarnos el tiempo que necesitamos para conocernos, para empezar a cultivar lo mejor que hay en nosotros; es un medio a través del cual podemos lentamente descubrir aquello que es más elevado en nosotros y abrimos más y más a la belleza que se encuentra a todo nuestro alrededor. ¡Buena suerte!

Fin del Resumen

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