¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

Resumen ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? (Ivan Gutierrez)


Resumen del Libro ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

Existen momentos en nuestra vida en los que sentimos que algo nos hace falta, a pesar de haber cosechado todo tipo de éxitos y conseguido lo que nos hemos propuesto, hay un no sé qué, algo que no nos permite ser completamente felices. A lo largo de la vida nos mantenemos en esa búsqueda y caemos a veces en el error de endiosar cosas perecederas o a personas que por sí mismas son imperfectas y al final nos fallan o se mueren.

Terminamos en un círculo vicioso, sin sentido, que nos ocupa, entretiene y esclaviza temporalmente, pero que no nos garantiza la verdadera armonía sino que nos hunde cada vez más ante las decepciones y la soledad. La mayoría de las veces acabamos acentuando las heridas y las frustraciones y, con ellas, los resentimientos, miedos, el estrés y la depresión que equivocadamente enfrentamos con vías de escape.

Son muy pocas las personas plenamente satisfechas

Unas son infelices porque están gordas y quieren ser flacas; otras tienen el cabello ondulado y lo quieren tener liso; es frecuente oír comentarios acerca del clima: si está haciendo mucho calor, ¡Ay, qué dicha que hiciera frío! Y si está haciendo frío, ¡Ay, qué dicha que hiciera calor!
Estos son meros ejemplos, ya que una lista completa sería interminable. Lo que sucede es que no nos damos cuenta de que a veces “nuestros principales enemigos somos nosotros mismos”.

Seguimos el camino con cara de poderosos, nos decimos que aquí no pasa nada, que todo está bien; caminamos y hasta levitamos pero, eso sí, llenos por dentro de incertidumbre, ansiedad, temores, depresiones, estrés, etc. Lo peor de todo, engañándonos a nosotros mismos al construir nuestra vida sobre estas debilidades.

El camino más sano y verdadero para conocer lo que somos es escarbar en nuestra historia, nuestra niñez, hasta encontrar en las costumbres los malos ejemplos de nuestros padres y allegados, así como la falta de afecto, abandono, maltrato o burla de nuestros defectos físicos y emocionales.

Es allí donde encontramos la raíz del malestar que nos aqueja y que se refleja en resentimientos, miedos, pérdida de la autoestima, ansiedades y hasta en enfermedades corporales, afectivas y mentales. Es tan sencillo como lo primero que uno construye para lograr que un edificio sea fuerte y resistente: las bases.

El efecto que ocasionan las palabras negativas se asemeja a una goterita de agua martillando sobre una roca que, por más sólida que sea, lentamente le va haciendo hueco, rompiéndola al final y dañando su forma. Todo lo que nos dicen, bueno o malo, queda guardado en el disco duro de nuestro inconsciente.

El inconsciente no olvida fácilmente.

Por el contrario, cada día nos martilla más y más, independientemente de que los demás nos destaquen o no ese defecto. Cuando la herida se causa por burla en la niñez, hay quienes quedan con la tendencia a darles demasiada importancia a sus defectos, a vivir prevenidos, con resentimientos, creando una especie de fijación en su mente y su comportamiento: “¡Huy, qué oso, todo el mundo me está mirando la nariz!”.

Sin que seamos conscientes de ello, terminamos repitiendo los parámetros de conflicto y de dolor de generaciones anteriores, especialmente a la hora de entablar relaciones afectivas o sentimentales, cuando emprendemos un negocio, un proyecto, o cuando decidimos conformar una familia.

Científicamente también el ADN y los genes de los padres son heredados por los hijos, el ser humano es el resultado de dos factores: herencia (genes) e influencia del ambiente (imitación); en esas dos fuentes se basa todo nuestro aprendizaje. Por lo tanto, debemos ser cuidadosos en la atmósfera que les proporcionamos a nuestros hijos durante su crianza.

Algunas de las tendencias indeseables heredadas que más comúnmente encontramos en los ambientes familiares tienen que ver con infidelidad, divorcios, alcohol, juegos de azar, robos, chismes, mentiras, machismo, agresividad…, como consecuencia de todo esto, la aparición lenta o sorpresiva de enfermedades.

La pobreza de la convivencia familiar y laboral es cada vez más crítica. Tanto en la casa como en la oficina apenas sacamos tiempo para responder y transmitir lo básico, cumplir con lo que nos toca y listo. Ese tratarnos como extraños -sin calidez, con miradas de desprecio, con cara de revólver- ha creado entre nosotros un distanciamiento horrible, vacíos, frustraciones, opresiones, en fin, una monotonía eterna de vivir que nos abandona en una incomunicación total.

La crianza

Cuando un padre corrige a su hijo con firmeza y de una manera justa -sin soberbia ni de forma inquisidora- que le permita entender el porqué de su actitud, contribuye a enseñarle el valor y la satisfacción que tienen las metas luchadas con sano esfuerzo. Por el contrario, respuestas como “porque sí, soy papá y punto” o “eso no se discute” no satisfacen las expectativas de nadie, frustra a las personas y las relaciones que deterioran el respeto y la confianza mutua.

Lloré y lloré porque no tenía zapatos, hasta que vi un hombre que no tenía pies y era feliz

Existe otro extremo que hace muchísimo daño a los hijos; la sobreprotección de los papás, es decir, una manipulación inconsciente de los miedos e inseguridades de un ser que quieren dependiente de ellos, incluso a la hora de enfrentar el futuro, como si se les transmitieran entre líneas “No tomes tus propias decisiones”, “no te esfuerces”, “tranquilo, bebé, no soluciones tus propios conflictos que yo lo hago por ti” y, lo que es peor, “Quédese quieto, papito, que usted no sirve para nada”.

Cuando los papás no enseñan a sus hijos a ser independientes en todas las áreas de su vida, y mucho menos a amar, respetar y agradecer a Dios cada día por los privilegios, talentos y comodidades con los que cuentan y tampoco les enseñan a ser considerados con los demás, por lo general llegan más adelante a creer que ya lo tienen “todo” -familia, educación, novia, dinero, salud- y terminan malacostumbrados, malcriados, tendiendo a vivir de manera egoísta, caprichosa y exigente con los papás, a tal punto que algunos de ellos acaban manipulados.

Si no tienes un amigo que te diga en verdad cómo eres, búscate un enemigo bien berraco que te haga el favor

La mejor disciplina para con los hijos no consiste en pegarles, maltratarlos o agredirlos física y verbalmente, sino mirarlos a los ojos con profundidad, confrontándolos con autoridad y, ante todo, con argumentos sabios que podamos justificar con nuestro ejemplo y conducta de vida, sin doble moral, siendo coherentes en lo que decimos y hacemos.

Recordemos que todo en esta vida es un regalo de Dios y, generalmente, hasta cuando uno pierde las cosas no las valora y agradece verdaderamente. Por eso es bello y necesario sensibilizar a los hijos llevándolos a que compartan con las personas necesitadas.

Los planes de Dios son diferentes de los nuestros.

Lo aparentemente negativo para nosotros es edificación y vida en abundancia para Él, en su perfecta e infinita sabiduría. “Dios escribe derecho en renglones torcidos”, dice la Sagrada Biblia, pero necesitamos acudir a Él para conocerlo en su palabra, para saber quiénes somos y qué Le significamos. Tan sólo cuando el hombre conoce a Dios puede empezar a conocerse a sí mismo, porque el ser humano no puede ir más allá del conocimiento que está en la Biblia.

El llegar a conocer a Dios para amarle y servirle requiere de tiempo, pero vale la pena porque cuando persistimos en buscarlo obtenemos en nuestro corazón para toda nuestra vida el Reino de Dios, el cual es la paz, el amor, la justicia y la tan anhelada libertad.

“La única oración que no sirve para nada es la que no hacemos”

Sólo podremos dar inicio a un verdadero proceso de sanación cuando asumamos una actitud de perdón ante aquellos que nos ocasionaron esos hechos dolorosos en nuestra vida. Si insistimos en masticar resentimientos del pasado, los únicos que salimos perdiendo como unos tontos somos nosotros mismos, pues eso nos estanca y bloquea emocionalmente. No nos permitimos ver las virtudes que nos caracterizan, ni tampoco disfrutamos los pequeños regalos que Dios a diario nos concede.

Debemos pedir a Dios que ensanche nuestro corazón para poder aceptar a los demás tal y como son, con sus vicios y virtudes; de lo contrario, caemos en sentimientos negativos, luchas desgastantes, estériles e inútiles. En este caso, sí que es Dios nuestra única esperanza frente a la limitada, mediocre y egoísta capacidad para amar y perdonar que nos caracteriza.

La clave de la transformación interior es la perseverancia

En ella crezco y maduro como ser y alcanzo la talla que Dios quiere para mí. Él se hizo hombre para que yo llegue a ser imitación suya. Es en los frutos u obras donde podemos reconocer a una persona transformada en Dios, no tanto en lo que dice. Porque si lo que dice no lo obedece, tan solo le sirve para los demás.

Otra manera práctica de lograr esta transformación de nuestra vida la encontramos en el deporte. El ejercicio físico ayuda a eliminar las toxinas que resultan de la acumulación de sustancias insanas en nuestro organismo como los fármacos y el alcohol, estimulando las pasiones desenfrenadas que nos enceguecen, embrutecen y desordenan. Además, el deporte oxigena el cerebro, estimula las endorfinas u hormonas que eliminan el dolor, aumentan la felicidad y el dinamismo.

Actos de Amor

Reconozca las ofensas y agresiones verbales y/o físicas que haya tenido para con otras personas, así como también lo que deseó hacer por ellos y no hizo; esto pudo crear distanciamiento, frialdad, desconfianza o resentimientos, tanto en ellos como en la relación. Realice una profunda Confesión pidiendo perdón a Dios con corazón sincero, reconociendo la forma dura, negligente, indiferente o equivocada con la que actuó. Ofrezca con frecuencia Misas, rosarios, obras de caridad y ayunos con la intención de ir preparando el terreno para el siguiente acto.

Pida a Dios, por la intercesión de la Virgen María, que disponga los corazones y el momento propicio para ir en busca de aquel con quien necesite reconciliarse, y que el Espíritu Santo le regale la humildad, la fortaleza y las palabras sabias y eficaces para que, aceptando sus fallas y equivocaciones, puedan tener un diálogo profundo.

Una disciplina que por experiencia personal sé que nos trae incontables frutos de bendición en todas las áreas de la vida es el hecho de levantarnos todos los días diez minutos antes de la hora habitual y dedicárselos a Dios en oración de acción de gracias por la noche que pasamos y de entrega del nuevo día que vamos a vivir nosotros y nuestros allegados, al igual que antes de acostarnos.

Cuando no tenemos paz en nuestro corazón y queremos que los otros cambien a las malas estamos perdiendo el tiempo.

La Biblia dice: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39). Mientras no busquemos y encontremos primero esta paz, esta esperanza y este gozo de Dios para nosotros, jamás podremos ser canales multiplicadores de ellos para los demás, pues nuestra buena conducta y tranquilidad son el espejo de los mejores ejemplos para arrastrarlos y ayudarlos a cambiar.

Algo muy importante que debemos tener en cuenta cuando alguien venga en busca de nuestra ayuda o nuestros consejos es disponer para ellos de una actitud de ánimo por parte nuestra que los llene de esperanza, explicarles el para qué Dios permitió que sucediera esa situación y hacerles reconocer los errores que cometieron en el pasado y por los cuales vinieron estas consecuencias.

Pidamos a Dios que la fuerza y la gracia del Espíritu Santo permitan que en nuestros hogares se vuelva a la humilde costumbre de callar mientras el otro ofende, porque, como bien lo he experimentado en muchas ocasiones, “lo que produce una riña entre dos no es la palabra ofensiva que se oye, sino la palabra ofensiva que responde”.

El deseo de cambio, de sanar, de mejorar como ser humano, de realizarse, de fortalecerse en el propio conocimiento hasta alcanzar la paz y la felicidad verdaderas, es algo innato en el hombre. Este es el ciclo normal e ideal al que debe tender una vida con sentido y responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia quienes nos rodean. “Debemos calmar primero nuestra sed para poder ir a calmar la sed de otros”. “Si uno no conoce y sana su propia historia de vida, no puede conocer y ayudar de verdad a sanar las de otros”.

Fin del Resumen

Deja un comentario