El Camino de la Paz

Resumen El Camino de la Paz (James Allen)


Resumen del Libro El Camino de la Paz

En el resumen del libro El Camino de la Paz, el autor nos enseña que la meditación espiritual es el camino hacia la Divinidad. Todos los profetas, sabios y salvadores se convierten en lo que son por el poder de la meditación. Buda meditó en la Verdad hasta que pudo decir: «Yo soy la Verdad». Jesús reflexionó sobre la Divina inmanencia hasta que por fin pudo declarar: «El Padre y yo somos Uno». La meditación centrada en las realidades divinas es la esencia misma y el alma de la oración.

EL PODER DE LA MEDITACIÓN

Meditar es habitar intensamente, en pensamiento, en una idea o tema, con el objetivo de comprenderlo por completo, y no solo llegarás a entender aquello en lo que meditas constantemente, sino que cada vez te harás más parecido a ello, porque se incorporará a tu propio ser.

Selecciona una hora del día en la que meditar, y reserva ese periodo sagrado para este propósito. El mejor momento es temprano, por la mañana, cuando el espíritu de reposo descansa sobre todo lo que existe. Es entonces cuando las condiciones naturales estarán a tu favor; las pasiones, después del largo ayuno corporal de la noche, estarán acalladas, y las excitaciones y preocupaciones de los días anteriores habrán desaparecido, mientras que la mente, fuerte y descansada, se encontrará receptiva a la instrucción espiritual.

Ningún hombre santo, ningún ser sagrado, ningún profesor de la Verdad ha dejado de levantarse temprano. Jesús lo hacía y subía a las montañas solitarias para entrar en santa comunión. Buda siempre se levantaba una hora antes de la salida del sol y se ponía a meditar, animando a sus discípulos a hacer lo mismo.

Si tienes que comenzar tus deberes diarios a una hora temprana, y por eso no puedes dedicar los primeros momentos de la mañana a la meditación sistemática, trata de ofrecerle una hora por la noche, y si eso te es negado por la duración y laboriosidad de tus tareas cotidianas, no desesperes, porque aún puedes dirigir tus pensamientos hacia lo alto en santa meditación en los descansos del trabajo, o en esos pocos minutos libres que ahora desperdicias sin dedicarlos a fin alguno. Si tu trabajo es del tipo que con la práctica se vuelve automático, puedes meditar mientras lo realizas. Ese eminente santo y filósofo cristiano llamado Jacob Boehme, alcanzó su vasto conocimiento de lo divino mientras trabajaba largas horas como zapatero.

Dijo el divino Gautama, el Buda: «Quien se entregue a la vanidad y no a la meditación, olvidando el verdadero objetivo de la vida y aferrándose al placer, con el tiempo envidiará a quien se haya ejercitado en la meditación», e instruyó a sus discípulos en las «Cinco Grandes Meditaciones» siguientes:

  • La primera es la meditación del amor, en la que has de ajustar tu corazón de tal manera que anheles el bienestar de todos los seres, incluyendo la felicidad de tus enemigos.
  • La segunda es la meditación de la pena, en la que debes pensar en todos los seres afligidos, representando vívidamente en tu imaginación sus dolores y ansiedades, de modo que despiertes en tu alma una profunda compasión por ellos.
  • La tercera es la meditación de la alegría, en la que piensas en la prosperidad de los demás y te alegras de sus alegrías.
  • La cuarta es la meditación de la impureza, en la que consideras las consecuencias negativas de la corrupción, los efectos del pecado y las enfermedades. Qué trivial es a veces el placer del momento, y qué fatales sus consecuencias.
  • La quinta es la meditación sobre la serenidad, en la que te alzas por encima del amor y del odio, la tiranía y la opresión, la riqueza y la necesidad, y consideras tu propio destino con calma imparcial y perfecta tranquilidad.

DOS MAESTROS, EL YO Y LA VERDAD

Sobre el campo de batalla del alma humana hay dos maestros que siempre están luchando por la corona de la supremacía, por el reinado y el dominio del corazón: el maestro del yo, llamado también el «Príncipe de este mundo» y el maestro de la Verdad, denominado asimismo Dios Padre. El maestro del yo es ese rebelde cuyas armas son la pasión, el orgullo, la avaricia, la vanidad, la voluntad personal, las herramientas de la oscuridad. El de la Verdad es, por el contrario, humilde y manso, y sus herramientas son la delicadeza, la paciencia, la pureza, el sacrificio, la humildad y el amor, los instrumentos de la Luz.

En cada alma se libra la batalla, y tal como un soldado no puede pertenecer al mismo tiempo a dos ejércitos enemigos, cada corazón se alista o bien en las filas del yo o bien en las filas de la Verdad.

Ningún hombre puede servir a dos maestros, porque o bien odiará a uno y amará al otro, o seguirá a uno y despreciará al otro.

Hay una cualidad que distingue principalmente al hombre de la Verdad del hombre del yo: la «humildad». Estar no solo libre de vanidad, obstinación y egoísmo, sino considerar las propias opiniones como carentes de valor, eso ciertamente es verdadera humildad.

La renuncia al yo no es un mero abandono de las cosas externas. Consiste en renunciar al pecado interno, al error interno; no a los atuendos vanidosos ni a las riquezas, ni abstenerse de tomar ciertos alimentos; no se trata de pronunciar palabras suaves; uno no halla la Verdad por el simple hecho de realizar estas prácticas, sino renunciando a la vanidad y al deseo de riquezas; absteniéndose del deseo de autoindulgencia; diciéndole adiós al odio, a la lucha, a la condena, a la autogratificación, y haciéndose delicado y puro de corazón; así es como se halla la Verdad.

Puedes renunciar al mundo externo y aislarte en una cueva o en las profundidades del bosque, pero te llevarás todo tu egoísmo contigo y, a menos que te deshagas de él, tu desgracia ciertamente será grande y profundo tu engaño.

ADQUIRIR PODER ESPIRITUAL

No hay manera de adquirir poder espiritual excepto mediante esa iluminación interna que es la experimentación de los principios espirituales; y esos principios solo pueden lograrse mediante la práctica y la aplicación constantes.

LA EXPERIMENTACIÓN DEL AMOR

Escondido en lo profundo de cada corazón humano, aunque frecuentemente cubierto por un montón de acrecencias duras y casi impenetrables, está el espíritu del Amor divino, cuya esencia santa e inmaculada es inmortal y eterna. Es la Verdad en el hombre, aquello que pertenece al Supremo, que es real e inmortal. Todo lo demás cambia y pasa; solo él es permanente e imperecedero.

Para alcanzar este Amor, para entenderlo y experimentarlo, uno debe trabajar con gran persistencia y diligencia sobre su propio corazón y mente; ha de renovar siempre su paciencia y fortalecer su fe, porque habrá mucho que limpiar, mucho que retirar antes de que la Imagen divina sea revelada en toda su gloriosa belleza.

Entrena tu mente en el pensamiento fuerte, imparcial y delicado; entrena tu corazón en la pureza y en la compasión; entrena tu lengua en el silencio, y en el discurso sincero y sin mancha; así entrarás en el camino de la santidad y de la paz, y acabarás alcanzando el Amor inmortal. Viviendo así, sin intentar convencer, convencerás; sin discutir, enseñarás; sin albergar ambición alguna, los sabios irán a buscarte; y sin esfuerzo por ganarte la opinión de los hombres, doblegarás sus corazones. Porque el Amor todo lo conquista y todo lo puede; y los pensamientos, actos y palabras de Amor son imperecederos.

ENTRAR EN EL INFINITO

Al superar los sentidos y el egoísmo internos, lo cual es la superación de la naturaleza, el hombre emerge de la crisálida de lo personal e ilusorio, y eleva sus alas hacia la gloriosa luz de lo impersonal, la región de la Verdad universal, de la que surgen todas las formas perecederas.

Deja, por tanto, que los hombres practiquen la negación de sí, que conquisten sus inclinaciones animales, que se nieguen a dejarse esclavizar por los lujos y placeres; déjales practicar la virtud, y crecer diariamente hacia una virtud cada vez más elevada, hasta que por fin alcancen lo Divino, y entren en la práctica y en la comprensión de la humildad, la mansedumbre, el perdón, la compasión y el Amor, práctica y comprensión que constituyen la Divinidad.

Entrar en el Infinito no es una mera teoría o sentimiento, sino una experiencia vital que es el resultado de la práctica asidua de la purificación interna. Cuando ya no se cree ni remotamente que el cuerpo es el hombre real; cuando todos los apetitos y deseos están debidamente subyugados y purificados; cuando las emociones se hallan en calma y la oscilación del intelecto cesa, y está asegurado un aposentamiento perfecto, entonces, y no antes, la conciencia se hace una con el Infinito; hasta ese momento la sabiduría como la de un niño y la paz profunda no están aseguradas.

Los oscuros problemas de la vida cansan y vuelven grises a los hombres, que finalmente mueren dejándolos sin resolver porque no pueden encontrar una salida a la oscuridad de la personalidad, pues se encuentran muy empantanados en sus limitaciones. Cuando trata de salvar su vida personal, el hombre pierde el derecho a la gran Vida impersonal en la Verdad; al aferrarse a lo perecedero queda excluido del conocimiento de lo Eterno.

SANTOS, SABIOS Y SALVADORES: LA LEY DEL SERVICIO

La medida de la verdad de un hombre es la medida de su amor, y la Verdad está muy alejada de aquel cuya vida no está gobernada por el Amor. Los intolerantes y los que condenan, aunque profesen la religión más elevada, poseen la mínima medida de Verdad; mientras que los que ejercitan la paciencia y escuchan con calma y desapasionadamente a todos por igual, llegando a conclusiones reflexivas y ecuánimes con respecto a los problemas y favoreciéndolas también en otros, son los que tienen una mayor medida de Verdad.

Hay una gran Ley que es el fundamento y causa del universo, la Ley del Amor. Ha sido llamada por diversos nombres en distintos países y épocas, pero, detrás de todas sus denominaciones, el ojo de la Verdad descubre la misma Ley inalterable. Los nombres, las religiones, las personalidades son pasajeros, pero ella permanece. Poseer el conocimiento de esta Ley, entrar en armonía consciente con ella, es hacerse inmortal, invencible, indestructible.

La Ley es absolutamente impersonal, y su expresión más elevada es el Servicio. Cuando el corazón purificado ha alcanzado la Verdad, es llamado a realizar un último sacrificio, aún mayor y más santo, el sacrificio del bien ganado disfrute de la Verdad. Gracias a este sacrificio, el alma divinamente emancipada viene a habitar entre los hombres, vestida con un cuerpo de carne, se siente contenta de habitar entre los más humildes y de ser considerada la sirviente de toda la humanidad.

Todos los grandes maestros espirituales se han negado a sí mismos los lujos personales, las comodidades y los premios; han abjurado del poder temporal, y han vivido y enseñado la Verdad ilimitada e intemporal. Compara sus vidas y enseñanzas, y descubrirás la misma simplicidad, el mismo autosacrificio, la misma humildad, amor y paz que ellos vivieron y predicaron. Nos enseñaron los mismos principios eternos, cuya realización destruye todo mal.

LA CONSECUCIÓN DE LA PAZ PERFECTA

Los ángeles de la divina paz y de la alegría siempre están al alcance de la mano, y si no los ves ni los oyes, ni habitas con ellos, es porque te cierras a ellos y en tu interior prefieres la compañía de los espíritus del mal. Tú eres lo que quieres ser, lo que deseas ser, lo que prefieres ser. Puedes empezar a purificarte y, al hacerlo, llegar a la paz, o puedes negarte a purificarte y seguir sufriendo.

Fin del Resumen

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